lunes, 9 de marzo de 2009

EL ALMOHADÓN DE PLUMAS. horacio quiroga

El almohadón de plumas


Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando, volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

HORACIO QUIROGA

domingo, 25 de enero de 2009

MANOS m. c. escher

Manos


Maestro del dibujo y la litografía.

domingo, 28 de diciembre de 2008

GUITARRA. nicolás guillén

Guitarra

Tendida en la madrugada,
la firme guitarra espera:
voz de profunda madera
desesperada.
Su clamorosa cintura,
en la que el pueblo suspira,
preñada de son, estira
la carne dura.
Arde la guitarra sola,
mientras la luna se acaba;
arde libre de su esclava
bata de cola.
Dejó al borracho en su coche,
dejó el cabaret sombrío,
donde se muere de frío,
noche tras noche,
y alzó la cabeza fina,
universal y cubana,
sin opio... ni mariguana...
ni cocaína.¡
Venga la guitarra vieja,
nueva otra vez al castigo
con que la espera el amigo,
que no la deja!
Alta siempre, no caída,
traiga su risa y su llanto,
clave las uñas de amianto
sobre la vida.
Cógela tú, guitarrero,
límpiale de alcohol la boca,
y en esa guitarra toca,
tu son entero.
El son del querer maduro,
tu son entero;
el del abierto futuro,
tu son entero;
el del pie sobre el muro,
tu son entero...
Cógela tú, guitarrero,
límpiale de alcohol la boca,
y en esa guitarra, toca
tu son entero.


Nicolás Guillén

sábado, 8 de noviembre de 2008

MURGA. mario y juan maresca

Murga...


Cantamos a lo justo y necesario
a la ropa sin alarde ni retazos,
a la letra, que escapó del diccionario
y a todo el pan del mundo, no a un pedazo...


A la compañera
de fuerza sincera,
la murga una ofrenda quiere dedicar
no será una rosa,
ni la primorosa
conjunción de sueños frases y piedad
En vuestra ternura
y ambición futura
se halla la razón para poder cantar
a la inteligencia
sobrana escencia
que de niña traes y en un niño das.
Cantemos a coro,
ferviente y sonoro
con la femenina voz de la igualdad
burlando el pasado
porque no ha logrado
apagar el fuego de nuestra verdad
Toma compañera
la ilusión fiestera
y acuna la idea del hombre total,
con tus manos duras
de sabia ternura
el niño que esperas de todos será.


Y... se marcha La Fiestera, por el cmino anhelado
Carnaval en la vereda de los sueños postergados,
sin prisa pero sin pausa tras una razón ferviente
que de niña vió la causa en el llanto de su gente

La Fiestera ha de volver.......




Mario y Juan Maresca. 1982.

Toulouse Lautrec


lunes, 3 de noviembre de 2008

EL PUÑAL. jorge luis borges

El puñal

En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano. Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina. Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre. En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres. A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles.


Jorge Luis Borges

viernes, 31 de octubre de 2008

EL PASTOR Y EL LECHUGUINO. francisco acuña de figueroa

El pastor y el lechuguino
Disputaban, por saber,
Un pastor y un lechuguino
¿cuál es tesoro más fino,
la botella o la mujer?
“Aquella” –dijo- “a mi entender
es más sabrosa y más bella...
La botella.

“Cuando, exhausto de fatiga,
bajo un ombú me reclino,
de Baco el licor divino
todas mis ansias mitiga.
Allí es mi mejor amiga,
Mi Sol, mi Luna, mi estrella…
La botella.

“Quien empieza a envejecer
se refocila, imagino,
más en dos cuartas de vino
que en seis cuartas de mujer
por que siempre está en un ser
sin melindres de doncella…
La botella”.

“Calla”, dijo el lechuguino,
“sólo un hombre sin templanza
puede poner en balanza
a las mujeres y al vino:
¿Quién suaviza el cruel destino?
¿Quién da el supremo placer?”
La mujer.

“No hay contento comparado
Con los goces del amor
Ni otra delicia mayor
Que el amar y ser amado.
Es el don más delicado
Que Dios quiso al mundo hacer…
La mujer.

“Sin ellas todo sería
Caos de inmensa tristura
Por que son de la natura
La más perfecta armonía.
Es del hombre la alegría,
Consuelo en su padecer…
La mujer”.

“No siempre”, dijo el pastor,
“Porque salen, camarada,
A estocada por cornada
El fastidio y el amor.
Más mi prenda es superior
Pues no es falaz como aquella…
La botella.

“Cuanto más besos le doy
Más me inflama y enardece
Y, cuando aquel desfallece,
Yo más animado estoy.
Papa, rey, príncipe soy
Sin que me cause querella…
La botella.

“Dama que no pide y da
Grata aún después de gozada,
Cuando la ves más preñada
Tanto más virgen está.
Sin mujer muy bien me va
Por que me suple por ella…
La botella.

“Silenciosa y no profana,
Un tapón tiene su boca
Aunque a celos la provoca
Tal vez cierta dama-juana.
Espera su turno ufana
Y a su rival no atropella…
La botella”.

“Mujer”, dijo el lechuguino,
“Bocado de reyes es,
Pues dice el nombre al revés
De los reyes en latín
Más no conoce un malsín
De cuánto puede valer…
La mujer.

“A nuestros hijos, que humanas
Dan sus cuidados prolijos:
A ver si a ti te dan hijos
Botellas ni damajuanas.
En sus angustias tiranas
Sabe al hombre sostener…
La mujer.

“Tiene el hombre una aflicción,
gime solo y, de repente,
Ve a su amada y luego siente
Tas, tas, tas el corazón
Por que una innata afección
Le dice que es su placer…
La mujer.

En esto se dejan ver
Baco y Cupido abrazados
Y dicen “callad, cuitados
Que no os sabéis entender:
Todo puede complacer
Tomando en medida bella,
La mujer y la botella,
La botella y la mujer.”


Francisco Acuña de Figueroa